lunes, 12 de abril de 2010

Piratas del Rio de la Plata


En el fin, siempre fue el cafe. En el boliche los muchachos nos juntabamos a tomarlo con gran fruicion, sin reparos en la estrategia de quedarnos despiertos hasta bien tarde entre naipes y porotos. La lluvia una noche nos encontro sin poder volvernos a nuestras casas. Un estruendo prorrumpio la velada donde, como era natural, tenia continuidad el dia con la noche y la noche con el dia. Pero los rugidos no provenian del cielo sino de la calle. Unas botas talaban los maderos del suelo hacia el bolichon de Don Emilio, calvo cantinero taimao y pregunton, amigo de la oscuridad de la costa del rio. Yo no supe de quien se trataba hasta que ingreso su figura corpulenta y atletica por el umbral funebre de un portal convertido en boveda del infierno. "Siento aroma de cafe-cafe", se le escucho decir como de ultratumba. La mole metio su sombra hasta llegar poco a poco hasta nosotros como venida de otro tiempo o perdida quiza en la bruma espesa en que se confunde la linea de los sucesos. Le chorreaba aguas que traia de los confines del mar oceano y sus dedos huesudos se hincaron en mi taza que alzaron hacia su boca podrida el brebaje al que se abrio y trago lentamente mientras el humo del cafe caliente trepaba como un halito maldito. Y desde luego, pidio ron... que don Alejandro le acerco tembloroso. La figura maloliente exhalo su trago de un solo tiro. Don Diego saco un puro que no llego a encender antes que el corte fulminante de una hoja infinita le hiciera rodar la cabeza por el tablado hueco del piso. Don Hernando saco un trabucazo que le dio en un ojo que nadie vio ni antes ni despues... nadie supo despues de don Hernando, ni de don Alejandro, ni de don Diego, de quienes se dice que para siempre acompañan al fantasma sediento en un barco tesoro de diez cañones por banda abarrotado de almas en pena, sedientas de cafe caliente las noches de tormenta en el Rio de la Plata amen.

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