domingo, 18 de abril de 2010

Otra de piratas

Mi ochentosa adolescencia corrió con una densa banda de sonido. Musicalizadores eclécticos me impedían caminar cruzando las puertas de las numerosas “Disquerías” de Liniers manteniendo la pureza de mis oídos.
El Centro Cultural del Disco se cobró con creces los descuentos con que me benefició por asociarme. Todo Pink Floyd, todo Genesis, Yes completo, Crimson, Ven der Graff y Jetro Tull fueron saliendo de sus bateas para poblar mis estanterías destinadas más a impactar ojos ajenos que oídos propios.
En ellas había ciertas joyas. Piezas preciadas que hoy ocupan un cajón en el cuarto de objetos sin uso. Se trataba de horripilantes pelotas de sonido informe, que se vendían a valores varias veces superiores a las depuradas notas producidas tras exageradas horas de estudio.
Les llamaban “piratas”. No se trataba de una confesión de calidad, el nombre estaba impregnado de sensación de aventura.
Nacieron gracias a fans mezclados entre el público con micrograbadores ocultos que tomaban el vivo de un recital. En poco tiempo una red internacional los mercantilizaba por todo el mundo. Hubo algunos célebres, con nombres de fantasía. Hasta se constituyeron sellos productores, mixturas entre cofradía de desleales seguidores de algún ídolo y corporaciones de subsuelo.
Hoy me pregunto en que consistía el sabor de aquellas grabaciones impresentables. Sin duda eran artículos de prestigio entre cultores de alguna banda. Pero tal carácter para existir como tal debía sustentarse en alguna mínima forma de legitimación según los criterios del rubro: los oídos debían recibir algo.
La escasez de piratas nacionales en el mercado me dio alguna pista, se trataba de la sensación de presencia en aquellos rituales generacionales tan lejanos.
Muchos antropólogos deciden abandonar abstracciones, convertirse en viajeros y acercar al lector en un mundo ajeno al suyo mediante la invitación a meterse en su piel de aventurero.
Puntos de vista alzados en aquellos mundos alejados y míticos, en los que podamos pararnos sin necesidad de viajar al Amazonas o a Wembley, nos permiten disfrutar de los sentidos extraños.
Pero la condición para ese disfrute es la permanencia de la lejanía.
El éxito de los piratas llenó de ellos las colecciones de discos de cada casa. Las mismas discográficas armaron sellos para producirlos y comercializarlos “por izquierda”. Primero enviaron a empleados con grabadores entre el público. Luego este mercado negro generó su propia competencia. La respuesta de las empresas fue propia a su lógica: mejorar la calidad, grabar desde las consolas. Es que la proliferación había acercado al Madison, era necesario incorporar un plus comercial clásico. Más allá de algún primer momento de impacto, esta mejora fue el fin. Adiós a la magia del viaje a California, adiós a la aventura del grabador bajo el gabán.
El tiempo mostró que las disquerías de Liniers eran excesivamente numerosas. Los “Todo por $2” fueron desplazando a esos musicalizadores sin criterio que me saturaban de un odiado Duran Duran. Me sorprendí ayer bajando The Reflex en mi programa de downloads, se que aquel adolescente en construcción no me lo habría perdonado.
A propósito, ni siquiera se me ocurrió buscar piratas en la red.

Alejandro Malo (ya que no Magno)

3 comentarios:

  1. No debemos extrañar esa epoca en que los derechos de autor eran avasallados desordenadamente por pueriles hipones o metaleros de pacotilla. Taringa los destruyo, pero la ley destruira a Taringa y eso forma parte de un plan divino para volver al orden original de las cosa.

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  2. Muy bueno el programa de hoy!!! Los felicito. Fiorella!

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  3. que pasa que no suben programas? Un beso grande para todos ustedes que me hacen pensar que este pais todavia tiene sentido del humor.

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