sábado, 24 de abril de 2010

El aparato-caca deseducativo


La deseducación del bicentenario loco que no nos trae sino piberío anémico, adultos burn out, intenta: destruir el criterio, inundando de información, relativizando, desteorizando, desprestigiando las ideologías, cooptando en los mejores años de la vida, neutralizando el ímpetu y apurando el ansia para que no se tenga nada, oscureciendo los logros y permeando el acceso a la caca bolichera, el descontrol de la noche con la misma fuerza con que se reprime el acceso al agua pura de los ideales y los derechos plenos- concretos. El aparato montado a tal efecto se caga encima de los adultos que rodean al pibe para mantenerlo ausente en su vida confundiéndolo con bombardeo múltiple moral-amoral, preocupándolo, aterrorizándolo, psicopateándolo y quitándole el pan para arrastrarlo al olvido del hijo, a que se mire el ombligo de la vida que se pasa ya sin paraíso ni para el ni para nadie de nadie salvo, para los hijos que son protegidos por el aparato, el aparato que no ve el problema que les deja a estos fenotipos iguales de solos, iguales de inconformes, iguales sin futuro por culpa de las ratas del aparato-caca montado en contra del hombre. El loco

Programa N° 8: La educación

domingo, 18 de abril de 2010

Otra de piratas

Mi ochentosa adolescencia corrió con una densa banda de sonido. Musicalizadores eclécticos me impedían caminar cruzando las puertas de las numerosas “Disquerías” de Liniers manteniendo la pureza de mis oídos.
El Centro Cultural del Disco se cobró con creces los descuentos con que me benefició por asociarme. Todo Pink Floyd, todo Genesis, Yes completo, Crimson, Ven der Graff y Jetro Tull fueron saliendo de sus bateas para poblar mis estanterías destinadas más a impactar ojos ajenos que oídos propios.
En ellas había ciertas joyas. Piezas preciadas que hoy ocupan un cajón en el cuarto de objetos sin uso. Se trataba de horripilantes pelotas de sonido informe, que se vendían a valores varias veces superiores a las depuradas notas producidas tras exageradas horas de estudio.
Les llamaban “piratas”. No se trataba de una confesión de calidad, el nombre estaba impregnado de sensación de aventura.
Nacieron gracias a fans mezclados entre el público con micrograbadores ocultos que tomaban el vivo de un recital. En poco tiempo una red internacional los mercantilizaba por todo el mundo. Hubo algunos célebres, con nombres de fantasía. Hasta se constituyeron sellos productores, mixturas entre cofradía de desleales seguidores de algún ídolo y corporaciones de subsuelo.
Hoy me pregunto en que consistía el sabor de aquellas grabaciones impresentables. Sin duda eran artículos de prestigio entre cultores de alguna banda. Pero tal carácter para existir como tal debía sustentarse en alguna mínima forma de legitimación según los criterios del rubro: los oídos debían recibir algo.
La escasez de piratas nacionales en el mercado me dio alguna pista, se trataba de la sensación de presencia en aquellos rituales generacionales tan lejanos.
Muchos antropólogos deciden abandonar abstracciones, convertirse en viajeros y acercar al lector en un mundo ajeno al suyo mediante la invitación a meterse en su piel de aventurero.
Puntos de vista alzados en aquellos mundos alejados y míticos, en los que podamos pararnos sin necesidad de viajar al Amazonas o a Wembley, nos permiten disfrutar de los sentidos extraños.
Pero la condición para ese disfrute es la permanencia de la lejanía.
El éxito de los piratas llenó de ellos las colecciones de discos de cada casa. Las mismas discográficas armaron sellos para producirlos y comercializarlos “por izquierda”. Primero enviaron a empleados con grabadores entre el público. Luego este mercado negro generó su propia competencia. La respuesta de las empresas fue propia a su lógica: mejorar la calidad, grabar desde las consolas. Es que la proliferación había acercado al Madison, era necesario incorporar un plus comercial clásico. Más allá de algún primer momento de impacto, esta mejora fue el fin. Adiós a la magia del viaje a California, adiós a la aventura del grabador bajo el gabán.
El tiempo mostró que las disquerías de Liniers eran excesivamente numerosas. Los “Todo por $2” fueron desplazando a esos musicalizadores sin criterio que me saturaban de un odiado Duran Duran. Me sorprendí ayer bajando The Reflex en mi programa de downloads, se que aquel adolescente en construcción no me lo habría perdonado.
A propósito, ni siquiera se me ocurrió buscar piratas en la red.

Alejandro Malo (ya que no Magno)

Programa N° 7: La música


lunes, 12 de abril de 2010

Piratas del Rio de la Plata


En el fin, siempre fue el cafe. En el boliche los muchachos nos juntabamos a tomarlo con gran fruicion, sin reparos en la estrategia de quedarnos despiertos hasta bien tarde entre naipes y porotos. La lluvia una noche nos encontro sin poder volvernos a nuestras casas. Un estruendo prorrumpio la velada donde, como era natural, tenia continuidad el dia con la noche y la noche con el dia. Pero los rugidos no provenian del cielo sino de la calle. Unas botas talaban los maderos del suelo hacia el bolichon de Don Emilio, calvo cantinero taimao y pregunton, amigo de la oscuridad de la costa del rio. Yo no supe de quien se trataba hasta que ingreso su figura corpulenta y atletica por el umbral funebre de un portal convertido en boveda del infierno. "Siento aroma de cafe-cafe", se le escucho decir como de ultratumba. La mole metio su sombra hasta llegar poco a poco hasta nosotros como venida de otro tiempo o perdida quiza en la bruma espesa en que se confunde la linea de los sucesos. Le chorreaba aguas que traia de los confines del mar oceano y sus dedos huesudos se hincaron en mi taza que alzaron hacia su boca podrida el brebaje al que se abrio y trago lentamente mientras el humo del cafe caliente trepaba como un halito maldito. Y desde luego, pidio ron... que don Alejandro le acerco tembloroso. La figura maloliente exhalo su trago de un solo tiro. Don Diego saco un puro que no llego a encender antes que el corte fulminante de una hoja infinita le hiciera rodar la cabeza por el tablado hueco del piso. Don Hernando saco un trabucazo que le dio en un ojo que nadie vio ni antes ni despues... nadie supo despues de don Hernando, ni de don Alejandro, ni de don Diego, de quienes se dice que para siempre acompañan al fantasma sediento en un barco tesoro de diez cañones por banda abarrotado de almas en pena, sedientas de cafe caliente las noches de tormenta en el Rio de la Plata amen.

Programa 6: El café


viernes, 9 de abril de 2010

Profeta procura propósito provocador

El propósito de una profecía es anticiparse, romper con la línea de tiempo para que no se salga de su línea. Una predicción autorreferencial, será porque fue. Es un vaticinio que tiene la marca sobrenatural de la palabra enviada, de la visión visionaria, del tipo que tiene el contacto justo para ganarse la nacional, la montevideana y todas las demás de un saque. Es un panfleto político que reza: esto pasará a pesar tuyo, a pesar de lo que hagas o digas. Y lo dice para mostrar la impunidad del designio, lo dice para meter miedo y sensación de impotencia al curioso y al incrédulo. Lo dice porque es necesario decir algo cuando no se tiene la fuerza para forzar de otro modo el camino. Todos los incurables tienen cura, 5 segundos antes de la locura. El loco

Programa N° 5: Profecías

viernes, 2 de abril de 2010

Los vicios de los virtuosos

Permítasenos discutir en torno de un término, como todos los términos vagamente definidos por el sentido consuetudinario, que no evoca, si no la displicencia, marcadas formas de entender la construcción del orden de la virtud y todo el otro orden.
Porque vicio puede ser cualquier háito descontrolado, círculo de relación en frenético desmanejo, ya no sólo como acepción peyorativa sino como bruto encanto promovido por el mismo ejercicio de la prohibición, a sabiendas del resultado.
Sólo si lo medimos como defecto pondremos sobre el tapete la cosa mínima, y a su vez toda su relatividad. ¿Qué es el vicio sino el hábito sancionado como impropio del orden moral? ¿y por qué debe ser sancionado? ¿El mate era un vicio demoníaco porque su ronda acortaba los tiempos de explotación del indio? ¿y no lo fue cuándo su producción dio el fruto sagrado del plusvalor acaparado? ¿Por qué algunas inmoralidades recurrentes tienen carta franca a los ojos sanguíneos de los censores, mientras otras son tachadas de vicio repugnante, cuando no lo son para uno y si para otros?
El término que se precia por exceso es mucho mas interesante aún. Porque el exceso es una metáfora de la acción. Es la versión popular del hecho, incluso como reivindicación llana y graciosa del vicio. ¿El vicio o exceso es liberador por el sólo hecho de conducir al desacato o rige para el que puede romper la trampa de la ley maleada a su placer? Digo, ¿el vicio en algunos es menos vicio y más hobby que el de otros ? ¿es menos vicio beber en una inimputable noche de San Patricio telmeño, que unas birritas en el cruce de J. C. Paz? Una es una fiesta, la otra un despreciable desayuno de la negrada.
Sin embargo el exceso, y es bueno hablar del peor de ellos, si es que hay círculos de los que no se pueden escapar, si es que hay encerronas que la mente nos juega por formación o mutua deformación, es el opio hecho manía: el poder. Aquel que multa el auto mal estacionado pero libera las avenidas a las picadas de los hijos de papá puntero-senador-etc. Y tantas otras deferencias para con los que nacen de la pata de Júpiter, los que creen haber salido de allí. Y lo creen. Tanto como para hacer del Estado una maquinita que fabrica vicios ajenos, los promueve a la vez que los criminaliza. Del alcohol que da trabajo y coima, distrae y acompaña el chori del hincha hecho puntero al alcoholismo que pega-choca-mata-deprime. Del cigarrillo que da trabajo y coima y llena vacios existenciales a falta de futuro, al tabaquismo que roba leche al hijo por un pucho de la madre... Pero del poder... ese si que es el peor de todos porque pega-reprime-destruye-esclaviza-explota, coimea, saca la leche y los puchos y hace todos los vacios existenciales de todos los pobres diablos que estigmatiza acusándolos de viciosos.

Programa N° 4: Buenas Costumbres